Antiguamente, temperatura era sinónimo de temperamento. Desde el siglo XVI, un instrumento de medida puso ciencia en los conceptos caliente y frío, donde durante siglos apenas hubo poco más que elucubraciones.
El grado de calor o frío del ambiente y del cuerpo humano fueron motivo de atención desde la antigüedad y motivaron más tarde la construcción de los termómetros. Hoy estamos habituados a manejar temperaturas y, por ejemplo, sabemos que el cordero hay que asarlo con el horno a unos 180 ºC, que al bañar al niño el agua debe estar a 36 ºC, que al ordenador le gusta estar entre 10 y 35 ºC, que tal o cual vino debe servirse a 14 ºC, o que para ahorrar energía no debemos poner la calefacción en invierno a más de 21 ºC ni en el verano el aire acondicionado a menos de 19 ºC. En casa hay unos cuantos termómetros además del clínico.
El grado de calor o frío del ambiente y del cuerpo humano fueron motivo de atención desde la antigüedad y motivaron más tarde la construcción de los termómetros. Hoy estamos habituados a manejar temperaturas y, por ejemplo, sabemos que el cordero hay que asarlo con el horno a unos 180 ºC, que al bañar al niño el agua debe estar a 36 ºC, que al ordenador le gusta estar entre 10 y 35 ºC, que tal o cual vino debe servirse a 14 ºC, o que para ahorrar energía no debemos poner la calefacción en invierno a más de 21 ºC ni en el verano el aire acondicionado a menos de 19 ºC. En casa hay unos cuantos termómetros además del clínico.
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